miércoles, 22 de agosto de 2007

El tiempo pasa...


Este año lo he denominado "el año de la nostalgia". Esta peculiar denominación se debe a que todo lo que llevamos recorrido de este 2007 me ha dado por recordar y refrescar hechos del pasado y recontactar personas con las que había perdido comunicación .

No me mal interpreten, este año ha sido intenso como él sólo, (digno de un blog entero) sin embargo me ha dejado tiempo para hacer un análisis de muchas cosas vividas anteriormente. He podido hacer una sinopsis de mis experiencias y sacar muchas conclusiones.

Una de las cosas que hecho muchísimo de menos es la tradicional fiesta de navidad de la familia Abreu. Es algo que había pasado desapercibido hasta que cesó y me dí cuenta de su importancia.

Recuerdo con una mezcolanza de sentimientos (ternura, melancolía, alegría) como el 24 de diciembre constituía todo un ritual. Este llevado a cabo por un gran número de personas que conforman mi familia y que, cuál sinfonía, llevaba un compás sincronizado y un ritmo único.

Desde días antes, empezábamos a congregarnos los integrantes, desde diferentes puntos del país y el mundo. Luego ambientados en el aire fresco de las tierras altas, mi madre y yo nos levantábamos tempranito para comenzar la preparación de exquisitos platos acordes a un menú planeado con antelación minuciosamente. Cual laboratorio de un brujo iban saliendo nuestras creaciones, cuyo olor atormentaba y llenaba de ansias a los que circulaban la casa desde temprano.

En la tarde, se organizaba la comitiva que buscaría el puerco asado. Luego de realizada esta complicada operación, se depositaba en la cocina hasta la hora de la cena. A ésto, le seguían extraños y sucesivos viajes al departamento de humo y grasa, que no eran más que oportunidades de pellizcar el crujiente animal.

Así pasaba el día hasta que alrededor de las 6 de la tarde, mi madre y yo concluíamos con los preparativos y nos disponíamos a bañarnos y embellecernos para recibir a los invitados. Pero antes de que pudiera culminar mi emperifullamiento (jejje si la sugeriré a la Real Academia) desfilaban por mi habitación mis sobrinitas y sobrinotas, las cuales tenían como requerimiento: maquillaje y peinado. Ahí me pasaba por lo menos una hora más, experimentando con colores, spray, batidos... etc. etc. Imagínense aquel espectáculo de colores al más puro estilo ochentero.

Cuando finalmente estábamos todas las féminas listas, después del largo proceso, ya todos los invitados estaban acomodados en el kiosco, ambientados con sus respectivos tragos y amenizados por una gallareta de comentarios. Luego se hacía un breve silencio, sucedido de "ohhhhhh" "que guapas" "uhhhhhhhh" cuando las chicas descendíamos por el pasillo central.

Y ahí arrancaba la fiesta. Nos reíamos tanto que me dolía la clavícula, bailábamos un montón, halábamos, nos poníamos al día, jugábamos, corríamos por el patio. Bien avanzada la noche, cenábamos no sin antes realizar la bendición de los alimentos, que generalmente estaba a mi cargo (que bicha más agentá), los respectivos halagos por la comida y un profundo silencio de los que se ocupan nada más de lo suyo.

Aunque parecía que todo el mundo estaba más que satisfecho, siempre había espacio para el postre: un desfile de golosinas, uvas, manzanas, pasas, malvadiscos, etc.

Para cerrar con broche de oro esta exquisita noche venían los fuegos artificiales o tiritos, que se prolongaba hasta que se acababan. La corona era la luz de bengala que se alzaba en los cielos con rojo fulgor, lanzada por el agregado familiar y mejor amigo de uno de mis hermanos, que nunca se pierde una navidad en casa.


Al otro día, desde temprano iban llegando nuevamente por obra del "azar" los invitados de la noche anterior a devorar lo que había quedado. La verdad hay que decirla, el banquete de navidad calentado al otro día sabe a gloria. A esta tertulia se le sumaban los vecinos, amigos y relacionados que luego de haber pasado la noche buena con su familia, aprovechaban el 25 para felicitar a sus allegados. Ya se imaginarán que chercha!


Después de hacer este recuento, no puedo evitar dibujarse una sonrisa mi rostro. Sin embargo, ya nada es lo mismo, todos están más viejos y cansados, más lejos, algunos ya no están. El tiempo se va, se va y no vuelve. La vida no para, no espera, no avisa. Hay que aprovechar las cosas mientras suceden, porque el mañana no se sabe.


Ya vendrán otras navidades, diferentes, de otro tipo, con otras personas... Pero esas de antaño, inolvidables!

5 comentarios:

Unknown dijo...

Ay niña, lo mejor son las navidades cuando uno es pequeño, que todo lo disfruta... ya después de grande cada quien quiere coger por su lado y la comida no sabe igual!! (jeje mentiraaa sigue siendo buena!)...

ritabetsaida dijo...

Recuerda que no son las festividades de antaño las que se han transformado sino tu....agregame para los paracaidas del 25 porque con esa magistral descripcion tengo unos deseos inmensos de ir al lambi de tu casa. jaja

Anónimo dijo...

El tiempo es el que pasa, uno cambia, la gente cambia, pero por suerte estan los recuerdos, y de veras como extraño esos mismos episodios de la familia Paulino.

Anónimo dijo...

HAsta mi me dió nostalgia de tus navidades y por supuesto de las mias. No se puede vivir en el pasado, pero conchole, que bueno es recordar, es vivir dos veces...

no me canso de decirlo... que buena narradora eres!

Besos

AlMa dijo...

mierda...me has hecho llorar.
Me encantanban esas navidades, los cuentos de miguelos con los que se hacian abdominales de la risa, las jarturas, la bailadera, el miedo a abuelo...recordar a altagracita....que trizte me siento